Ay mi llanura

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En enero de 1992, 30 años atrás arribé a Arauquita, después de un largo viaje primero por tierra Manizales-Bogotá, luego vía aérea Bogotá-Arauca, y finalmente de nuevo vía terrestre Arauca la capital del departamento-Arauquita el lugar donde yo viviría durante los próximos ocho meses en casa de mi hermano mayor. Llegué a los llanos orientales para trabajar como mensajero y conductor de camioneta de mis hermanos quienes llevaban en la zona un par de años trabajando como contratistas de obras civiles. 

El cambio de vida de Manizales, ciudad tranquila del interior a esta nueva geografía era bastante notorio en muchos aspectos: la gente, la topografía, el clima, las costumbres, los modismos, la flora, la fauna, el río Arauca que nos separa de Venezuela, el orden público, todo era nuevo para mí, menos la cara de mis hermanos y sus esposas quienes eran las únicas personas que conocía yo en Arauca. En mi rol de mensajero y conductor, acompañé a mis hermanos sobre todo al mayor en sus visitas a las obras, las cuales nos obligan a desplazarnos por el casco urbano y zonas rurales de Arauquita, Tame, Saravena, Arauca la capital del departamento, Fortul, La Esmeralda, Puerto Nidia, Brisas del Caranal, entre otros sitios llano adentro. 

Me tope con la amabilidad y calidez del llanero puro y de muchos colonos del interior que abundan en la sabana araucana. Muchas cosas me sorprendieron. Para comenzar apenas llegando en el trayecto de tres horas en bus desde Arauca a Arauquita fueron tres requisas de parte del ejército en las cuales nos tuvimos que bajar todos los ocupantes, sacar todas las maletas mostrar lo que llevábamos, y mostrar nuestros documentos de identidad, ellos revisaban con lista en mano para ver si lograban capturar algún subversivo. Esto ya presagiaba algo sobre la situación de inseguridad y zozobra de la zona.

Recién llegado ese sábado, mi cuñada me invitó a dar una vuelta por Arauquita a eso de las 8:00 pm. Recuerdo que yo apenas con mis 19 años de edad muy ingenuo me puse mi pinta punkera, pantalón jean entubado, camiseta pintada con nombres de bandas de punk subterráneo y con mensajes antimili, chaqueta y correa de cuero con taches y botas punkeras. En fin, más fuera de tono no podía estar, así que caminé por las calles de Arauquita ese sábado en la noche y el día que salí de retorno a Manizales. Solo esos dos días fueron suficientes para tener problemas con mi vestuario, ya que después de llegar de la caminata sabatina, mi hermano mayor me abordó y me dijo, “Andrés, por tu seguridad con esa vestimenta no puedes salir aquí en los llanos”, al otro día me prestó, unas cotizas, y me dijo hermano “donde fueres haz lo que viereis”, usa una ropa sencilla, cómoda y nada llamativa, nada de pintas rockeras o punkeras, o como se llame eso…. solo por eso te pueden joder por ahí”. No me gustó mucho esa recomendación, pero viniendo de mi hermano quien ya conocía la zona no dudé en hacerle caso, al otro día cambié mi atuendo punkero citadino por una vestimenta muy normal, pantaloneta, camiseta playera y cotizas, sin ningún tipo de mensajes críticos en la ropa. Otra de las indicaciones de mi hermano fue la de no hablar con nadie acerca de temas políticos o de orden público.

En 1992 el conflicto armado colombiano tenía matices muy fuertes en el departamento de Arauca, de un lado los grupos rebeldes armados de la CGSB (Coordinadora guerrillera Simón Bolívar integrada por el Ejército de Liberación Nacional, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia Ejército del Pueblo), entre otros grupos revolucionarios en contra el estado colombiano. Esta situación hacía frecuentes las acciones de guerra de un bando y del otro. No les miento, vivir en Arauca en esos días era estar en medio de un teatro de guerra total, ver y vivir esa Colombia profunda donde sus habitantes del común quedan a merced de un conflicto armado que no les pertenece y del cual era difícil escapar, ya que muchas acciones bélicas se daban a veces en el casco urbano o muy cerca de las poblaciones y con víctimas civiles que nada tenían que ver. Les aseguro que esas escenas solo las conocía a través de las noticias en la televisión o en los diarios impresos, pero en esos momentos con mis propios ojos estaba observando y testificando.

Cuando viajabas por carretera de una población a otra, por ejemplo de Arauquita a Tame era muy probable que te tocaran retenes de todos los bandos a lo largo del trayecto, primero te paraba el ejército, más adelante el ELN, o las FARC, y luego la policía, cada uno de estos te preguntaban si habías visto a su enemigo, a lo cual era mejor siempre responder que no habías visto ni oído nada.

Anécdotas fuertes que pasan en esta geografía

Baleado por el ejército

Mi hermano Gilberto fue baleado por el ejército al no parar a tiempo en un retén, fue llevado detenido, torturado, hecho que casi le cuesta la vida. Por fortuna la rápida intervención de organismos defensores de los derechos humanos hizo que la situación no fuera más grave de lo que ya era. 

Fuego cruzado en Fortul

En otra oportunidad en mi labor de mensajería venía de Puerto Nidia a Fortul, me bajé del jeep en el parque, me dirigí a la alcaldía a llevar unos documentos y al momento empezó una balacera con fuego de metralla, gritó alguien “cierren las puertas”. Yo estaba en el segundo piso, me asomé por la ventana, se observaba una escena que parecía de película hollywoodense. Por donde yo acababa de pasar había una cuadrilla de hombres de la guerrilla disparando hacia la alcaldía y hacia la otra esquina a unos policías que desde ese punto repelían el ataque, la batalla duró una media hora, hubo tres bajas de la policía y no supe si hubo bajas de la guerrilla, desde la ventana vi los cuerpos tirados en el piso, a unos 20 metros, imagen que no he podido borrar de mi memoria. Yo no podía creer lo que veía pues nunca en mi ciudad de origen se daban estos hechos de violencia a tal magnitud, pero lastimosamente eran casi el pan de cada día en Arauca. Al poco tiempo del ataque llegó un helicóptero de la Fuerza Aérea Colombiana disparando desde el aire a los guerrilleros que huían del casco urbano hacia el monte. Sentir fuego de artillería aire tierra también era bastante azaroso e intimidante. Terminé de hacer las diligencias en la alcaldía cuando se calmaron las cosas, luego tomé un jeep para salir de Fortul rumbo a Puerto Nidia a entregar los documentos a mi hermano, todavía asimilando el suceso de guerra vivido por azar del destino, pasando así uno de los grandes sustos de mi vida.

Último día en Arauquita de retorno a Manizales

-Me dijo mi hermano “Andres nos vamos para Manizales de urgencia, nuestro veterano padre está agonizante”. Ese día yo estaba entrenando al equipo femenino de baloncesto de la alcaldía de Arauquita. Me despedí de las chicas, organicé mi maleta y por ser el último día en los llanos y ya de salida y viaje hacia Manizales, me puse mi pinta citadina, mis botas de cuero, camiseta, jeans entubados, etc. Mis hermanos iban en el campero y yo en la moto DT 125 cc de uno de ellos. Nos cogió la noche en carretera y habíamos quedado de parar en algún lugar a tomar un refresco, yo me había adelantado un poco, vi una casa con luz a borde de carretera, me detuve allí, había muchas personas tomando cerveza, me baje de la moto, me dirigí a la barra, sentía que las miradas me perseguían así como en las películas del oeste, iba a abrir la boca para pedir algo de tomar, cuando sentí el cañón de un arma a mis espaldas, volteé a mirar y era un guerrillero veterano, quizá de unos 60 años, quien me apuntaba con su metralla, me dijo joven camine hablemos allí afuera, de inmediato obedecí, yo estaba en el medio de un corrillo que se había formado. Quedé estupefacto, sin salir de mi asombro y permanecí callado en unos segundos eternos. El veterano apuntándome con su fusil me dijo, “usted que hace por aquí, cuente quién es usted, de dónde viene, para donde va, con quien anda, usted tiene pura pinta de militar o policía, de sapo, hable a ver….”  De inmediato empecé a responder contando quién era yo, que venía de Manizales a trabajar con mis hermanos, sobre todo le dejé en claro que yo nada tenía que ver con la guerra, que no pertenecía ni a un bando, ni al otro y que solo había venido a los llanos a pasar una temporada trabajando mientras me salía cupo en la universidad de Caldas en la carrera de diseño visual. Estábamos aún en el interrogatorio hacia mí, cuando arribaron mis hermanos, pararon el carro, se bajaron al ver el corrillo se acercaron y vaya sorpresa cuando vieron que era yo quien estaba en el centro del corrillo; mi hermano mayor intervino y se dirigió al veterano guerrillero, preguntando que pasaba, y contando quién era yo, explicando porque íbamos viajando de noche, cosa que además estaba prohibido en aquellas carreteras llaneras. Aclarado el tema de que yo no era un agente de la mili o de la policía, y que yo simplemente estaba pasando una temporada en los llanos trabajando como mensajero y supernumerario, explicación con la cual el jefe guerrillero quedó satisfecho, pues coincidía con mi versión, nos permitieron tomar una cerveza a cuenta de la casa y nos dejaron continuar el recorrido rumbo Tame, Bogotá, Manizales; pero la verdad pasé otro buen susto en ese interrogatorio, ya que es incómodo ser interpelado con una metralleta apuntándome y con muchas personas armadas alrededor. Después mi hermano me contó que el guerrillero que me interrogó era el Cucho Jacinto, un curtido insurgente de las FARC-Ep, quien me hubiera podido ajusticiar si mi versión no hubiera sido verdadera y convincente.

Viví muchas más anécdotas de esas que ilustran esa otra cara de Colombia, en esas zonas que son olvidadas, con poca presencia, atención e inversión del estado, y que se convierten en caldo de cultivo para el conflicto armado, donde grupos de varios colores y sabores se disputan el control del territorio.

No es mi intención dar una clase de socioantropología del conflicto en Arauca, pues no soy experto en el tema, lo que busco con este breve texto es contar a partir de mis vivencias 30 años atrás lo que pude palpar estando allí recorriendo algunos caminos por donde la violencia ha pasado y sigue pasando en estos días, lamentablemente. Es necesario reflexionar al respecto y ver cómo entre todos podemos contribuir a pasar la página de la guerra, de ese conflicto que carcome, que no nos deja estar tranquilos como individuos y como sociedad, ya que con cada acción de guerra como la que hemos conocido apenas iniciando el 2022 perdemos tod@s, como compatriotas. No es posible que naturalicemos la violencia, las masacres, el asesinato. Entre todos tenemos el deber moral de llevar a este barco que es Colombia a un buen puerto, esta es parte de nuestra misión. Arauca también es Colombia, son nuestros hermanos quienes habitan esta parte hermosa del país, y duele mucho esta dura crisis de violencia que están viviendo desde muchas décadas atrás. Yo suponía que el acuerdo de Paz iba a tener unos frutos que nos alejaran de esas historias de guerra, en las tierras que recorrí a mis 19 años. 

Por eso hoy la frase de la canción “Ay mi llanura” de Arnulfo Briceño cobra gran importancia y debe llevarnos a pensar en cómo traer la paz completa, a la región araucana, que tiene tantas maravillas que ofrecer.

“Ay mi llanura”, como duele verte sufrir, pero te quiero ver resurgir.

Las opiniones realizadas por los columnistas del portal www.laotravoz.co no representan la identidad y línea editorial del medio. Les invitamos a leer, comentar, compartir y a debatir con respeto.

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La Otra Voz
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