La policía cambio de color como en Cantinflas

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¿Dónde estará el fantasma que atormenta a Martuchis en sus pesadillas?

El domingo vimos a Cantinflas en la película El Patrullero 777, que creemos vio también el director de la Policía Nacional de Colombia y que debió servir como fuente de inspiración para el costoso e inesperado cambio de uniforme. Ahora nuestros agentes y Cantinflas van del mismo tono azulino. Nos divertimos haciendo comparaciones y ahora solo queda esperar que cuando los colombianos reciban su nueva dotación anden con tanta gracia como los uniformados de la delegación mexicana.

Cantinflas tiene frases de filósofo y en una de ellas más o menos dice lo que decimos nosotros: si la policía quiere ser respetable debe comenzar por respetar. En la película el sargento Diógenes Bravo (Cantinflas) desautoriza los malos tratos que algunos agentes dan al ciudadano y es capaz de decir a sus compañeros lo que ni siquiera se ha atrevido a insinuar el ministro Molano a los policías colombianos –que son sus subordinados–. Resultó ser más vehemente un personaje de una comedia que Mamolano. Esta película podría servir como material de estudio en los cursos de formación policial, para que los alumnos vean cómo entre chiste y chanza se consiguen mejores resultados con una broma que con un culatazo.

Seguimos intrigados por el interés especialísimo que tiene nuestra Diana Palmer –la amiga del fantasma y actual vicepresidente y ministra de relaciones exteriores– por los mercenarios homicidas presos en Haití. En las últimas semanas se ha convertido en su defensora de oficio y no hay día en que no haga un nuevo llamado en favor de ellos, frente a lo cual nos preguntamos: ¿por qué nunca ha dicho nada con respecto a los prisioneros en Guantánamo si según ella sus reclamos por los mercenarios son cuestión de “humanidad”? Seguro olvida Martuchis que muchos de los allí recluidos están presos por un acto de fuerza, sin causas abiertas y con acceso restringido a sus abogados. Confiamos en que los jueces haitianos sabrán actuar, de la misma forma en que confiamos que lo harían los jueces colombianos. Dado el interés de la señora canciller en entorpecer la detención de los ex-militares, nos preguntamos si será que algún fantasma rondaba en la casa presidencial cuando los mercenarios se introdujeron en ella para quitar la vida de su morador.

Cambiando de tema, pero no de país, buena y atinada crítica hizo la periodista Mónica Rodríguez (@MONYRODRIGUEZOF) a un titular de Semana que se leía “Invierten más de 14.000 millones de pesos en vehículos para el Ejército Nacional de Colombia”, al cual ella respondió “esto es un gasto, no una inversión. Invertir en salud y educación, por ejemplo, pero este gobierno no sabe de esas cosas ‘inútiles’.” Y es que una inversión implica rentabilidad, de lo contrario, si su finalidad es el consumo, hablamos de gasto. Obvio para nosotros, incomprensible para los nuevos redactores de la revista Semana.

Los chinos Galán pudieron por fin revivir el viejo Nuevo Liberalismo, en asocio con su amigo Rodrigo Lara Restrepo. Parece que los tres, mal que bien, han tenido burocracia con Uribe o con Santos, pero se dieron un descanso estos años para salir ahora a intentar hacer un gobierno, dicen, de centro-izquierda. No nos imaginamos nosotros a un peñalosista radical como Carlos Fernando hablando de un viraje a la izquierda, menos luego de ver que su paso por el Concejo ha sido de sonrisa en sonrisa con los despilfarros que Peñalosa le legó a Claudia López. Por su parte, el hermanito, Juan Manuel, se mantuvo en la mitad mirando siempre a la derecha y de frente compás mar. En el Congreso nunca le vimos a ninguno de los dos tomar posturas realmente de avanzada. Uno de los dos fue vargasllerista e incluso hizo parte de los cuadros directivos de Cambio Radical. Esperaremos a ver sus propuestas y las leeremos con ojo crítico, pero anticipamos a nuestros lectores que no nos sorprendería ver a la alcaldesa López marchando hombro a hombro con el partido de los delfines en las próximas elecciones.

Vaya sorpresa nos llevamos cuando escuchamos la comparecencia de Salvatore Mancuso ante la Comisión de la Verdad al compararla con las declaraciones de Gustavo Petro hace unos años en el pleno del Senado.

En ese entonces muchos desvirtuaron las denuncias de Petro y las calificaron de “viles mentiras”, pero luego de escuchar a Mancuso y a otros comandantes paramilitares cualquier persona razonable tendrá que reconocerle a Gustavo que dijo la verdad. ¿Quienes no lo hicieron entonces, estarán dispuestos a reconocerlo ahora? Los hechos quedan cada vez más claros: el Estado financiaba y mandaba a los criminales a dar muerte a sus enemigos, los paracos recibían órdenes de autoridades públicas en las que se les indicaba qué tenían que hacer y contra quién. No había lugar a discusión. Eran decisiones que provenían de los más altos estamentos de la “institucionalidad” colombiana. Para profundizar en este tema recomendamos la lectura de la columna de Mauricio Navas en Diario Criterio, a la que pueden acceder acá.

Entre quienes llamaron a Petro mentiroso por denunciar lo que ahora confirma Mancuso se encuentran varios congresistas del Centro Democrático. Se hace evidente que dentro del uribismo es costumbre insertarse en la lámpara de la mentira, como el genio de Aladino, y al igual que los gusanitos en las botellas de mezcal, parece que se quedaron dormidos y por eso no han salido. Algunos en México afirman que el gusano muere feliz porque termina borracho, ¿tendrán los uribistas la misma suerte? ¿Acabarán sus carreras dentro de esa lámpara?

Se pregunta todo el mundo, incluyéndonos, por qué los grandes medios guardaron silencio o hicieron un cubrimiento mínimo –como si se tratara de un accidente de tránsito o una riña– frente a las escandalosas declaraciones de Mancuso ante la Comisión. Parece ser que entretuvieron al pueblo con otras cosas para que la gente no mirara de lado y entendiera que lo que Mancuso estaba diciendo fue lo que pasó en el país, que esa es nuestra historia.

Adenda: conversando los autores de esta columna en voz baja hemos llegado a la conclusión de que no sabemos qué es más peligroso, si el COVID-19 o la “paz” de Iván Duque. Ustedes lectores podrán escoger. Por lo menos para el coronavirus hay vacuna, pero para la guerra y el desgobierno que dejará Duque no hay antibiótico que valga.

Adenda dos: este es un comentario que hacemos sin ánimo de controvertir a nadie. Mirando la ceremonia de clausura de los Olímpicos por Caracol, no sabemos por qué se omitió hacer referencia a la posición de Cuba en el medallero, que en todo caso estuvo muy por encima de la de Colombia. Señores periodistas, la rodilla no debe llegar hasta el extremo de negar los éxitos deportivos de quien no está alineado con sus intereses.

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